29 enero 2007
Adios y aviso
Después de meses de esfuerzo personal por mantener este blog, ha llegado el momento de decir adios. Mi empeño siempre fue estar a disposición de Sicuch, y mantener un blog con buena infomaciòn, videos, fottograías , diseño y redacción de buen nivel. Quiero agradecer a todos los que colaboraron...
El nuevo correo de Sicuch es sicuch@gmail.com
Bajo la estrella de Víctor Jara...el canto no tiene freno
El nuevo correo de Sicuch es sicuch@gmail.com
Bajo la estrella de Víctor Jara...el canto no tiene freno
Compañeras y compañeros de Sicuch:
Al fin llega la hora de tocar la cima de la montaña... y ahora... ahora respirar profundo, mirar el valle desde lo alto y prepararse a comenzar el lento descenso... para volver a subir... para continuar la lucha...
Porque más allá de los logros obtenidos, está el compromiso de hacer cada día mejor la labor de difusión del arte, valorando el propio quehacer y esforzándose para entregar manifestaciones de calidad, contenido y esparcimiento para los miles de pasajeros del transporte público.
En estás horas de alegría y emoción, cuando por televisión he visto concretarse el anhelo de tantos años de los artistas de las micros, no puedo dejar de recordar aquellos primeros días de SICUCH. Días difíciles, donde imperaban la incredulidad y la confusión, pero también las ganas y el deseo de darle forma y contenido a las legitimas aspiraciones de los artistas urbanos. Aspiraciones diversas y muchas veces antagónicas, pero que ahora, miradas con los ojos de la distancia y la experiencia, se ven más cercanas porque tenían un horizonte común: el reconocimiento público del aporte que los artistas callejeros, en general, y los artistas de las micros, en particular, han hecho a la identidad y a la cultura de nuestro país.
Aporte no menor y con grandes potencialidades, más aún en estos días cuando vemos a toda una ciudad involucrada en un espectáculo de artistas callejeros franceses que pasean sus marionetas gigantes, como queriéndonos demostrar lo “gigante” que puede llegar a ser el arte de la calle cuando se abren espacios para su desarrollo.
Cómo olvidar las primeras discusiones que se dieron al calor de pequeñas reuniones de amigos. Cuando hablar de organización generaba más rechazo que aprobación y pintaba en las caras de los contertulios colores y gestos de evidente escepticismo, pues inmediatamente se venían a la memoria experiencias negativas y sueños frustrados. Entonces, hablar de sindicato, de lucha, de unidad, de reunirnos en torno a objetivos comunes y torcerle la mano a nuestra historia, era como pretender cabalgar en rocinantes y vestirnos con ruinosas armaduras de quijotes. Y qué decir hablar del Transantiago: simplemente, grandes molinos de viento.
Así comenzó esta pequeña historia, construyendo “a mano y sin permiso” los sueños y los cimientos de la organización. Preparando y haciendo la siembra para una buena cosecha. Yo no sé si la siembra fue la mejor, si preparamos los surcos con experimentadas manos, sólo sé que dejamos las semillas a ras de suelo para que lentamente se fueran hundiendo y así preparar una cosecha de frutos más grandes y duraderos.
Creo que en esta historia el lugar que me tocó ocupar no fue buscado ni anhelado, más bien lo asumí como un deber y jamás me tentó ni la figuración, ni el “poder” ni la búsqueda de beneficios económicos; más bien me impulsó la convicción de servir y ser capaz de dirigir, aunar voluntades, decidir en las diferencias, provocar acuerdos, sistematizar experiencias y definir las estrategias a seguir para arribar a una solución que dejara satisfecha a la mayoría. Sólo pocos saben el costo personal y de neuronas que significó estar a la cabeza de este proyecto colectivo, enfrentando las burlas, las incomprensiones, el oportunismo y la corta vista de algunos. De no haber sido por la compañía de mi amigo y compañero Carlos Riquelme, creo que en muchos momentos habrían decaído mis fuerzas y quizás habría perdido el rumbo. Por eso quiero reivindicar el aporte y la entrega de Carlos, quien a pesar de los años de batallas, persecución policial, arrestos y frustraciones, ha sabido mantener sus convicciones y la niñez y juventud de sus esperanzas.
Pero, a la hora del resumen, todos los malos momentos pasan a segundo plano y nos queda la certeza de que los costos personales bien valieron la pena y de que si todo hubiese sido más fácil, el momento que hoy vivimos no habría tenido el mismo sabor, que es el sabor del esfuerzo y el trabajo.
Quiero dar las gracias a todos aquellos que dieron su tiempo y sus fervorosas ganas para hacer del discurso una acción diaria: a María Galleguillos y su incansable disposición a luchar con el corazón saliéndosele por la boca, a Ramón Ramírez y su atolondrada manera de persistir, al Nino Vásquez y su impaciente paciencia de soñar con las visceras ; a Ester Sanabria por la fuerza de su polémico y rojo corazón, a Angélica Carreño por ese gorkiano amor y entrega de madre y compañera, a Sandra Solórzano por esa crística combinación de lo humano y lo divino, a Esteban Pizarro por su apasionado korazón de niño, a don Manuel Millar y su caballerosa constancia en la lucha, a Jeannette Curihuinca y su ancestral don de creer y mantener la calma; a Soledad Díaz y su insobornable alma violeta, a Mario Tapia por el rojo color de su voz y su protesta, a José Novoa y la inclaudicable locura de su sueño, a Ricardo Rojas por su amable y poético calor de compañero, a Claudio Martínez por su frenética pasión de solidarizar, a Priscilla Cartes por esos silencios que dan sentido a la música, a Rodrigo Pérez por su ensimismada voluntad de tender la mano, a Alexis Contreras por su barbuda y candorosa estampa de guerrero, a Luis Jiménez por su fraternal humanidad alada, a Manuel Núñez (Jolo) por el temperamento y disciplina de sus brazos abiertos, a Jaime Álvarez por ser un “pequeño gran hombre”, a Juan Carlos Robles por el caluroso abrazo de su mística palabra, a don Daniel Santander por la belleza y fuerza de su alma transparente, a Yoka Márquez porque la distancia no disminuye su hermandad y su voz de flores y sangre, y a todos aquellos que están y que estuvieron: Jorge Fuentes, Catherine Soto, Mauricio Méndez, Luis Vásquez, Julio Morales, Marcela Rosales, Oriana Garrido, Eduardo Lecaros, Ramón Pavez, Jorge Olavaria, Reynaldo Silva, Carlos Fabres, Jimmy Canto, Elías Vega, Edisón Martínez, Rosa Valenzuela, Guido Palma, América Núñez, Gustavo Figueroa, Miguel Canave, René Traipe, Raúl Gonzáles Caballero, Clara Vega, Freddy Aguilera, Waldo “Queno” Martínez, Ana Arancibia, Omar Gajardo, Marcos Bravo, Alexis Marín, Noelia Seguel, Antonio Mora, Mauricio Mora, Aliro Seguel, Claudio Sánchez, Luis Rivero, Patricio Cona, Lorenzo Herrera, Felipe Blanco, Carlos Raín, Claudia Álvarez, Sergio Tello y a la presencia silenciosa de Jonás Soto.
Deseo de todo corazón y mente que el reconocimiento oficial de vuestra actividad sea un estimulo para emprender unidos nuevos desafíos, aprendiendo de los errores y de las sanas y constructivas discrepancias. En vuestras manos está afianzar las conquistas, defender lo ganado y avanzar en la diaria lucha por la defensa de la libre expresión de las ideas, de los derechos humanos y de un arte comprometido en abrir (de una vez por todas) las grandes alamedas.
Hace un par de días recibí un correo de un anónimo colaborador de nuestro sindicato. Me hablaba de los héroes anónimos, de los quijotes y del esfuerzo de esta lucha sin tregua. Creo que me emocionó demasiado y ahora con la misma emoción les digo a ustedes lo que le respondí a nuestro amigo: HAY QUE ESTAR ATENTOS, NO BAJAR LOS BRAZOS, PERO DISFRUTAR ESTE MOMENTO EN QUE LOS MOLINOS SE MUEVEN CON LA FUERZA DE NUESTRO VIENTO...
Recuerdo gratamente la tarde en que nació nuestro slogan. Buscábamos una frase para la promoción de nuestra primera peña, estábamos almorzando en un local de “la cuna”, de pronto miré las micros que frenaban en los paraderos, ahí estaba la frase. La propuse, paso casi desapercibida, pero se quedó como de contrabando, se quedó no sólo en nuestras bocas, sino que también en nuestros corazones: EL CANTO NO TIENE FRENO.
Que así sea...
Que este adiós sea un abrazo con todos...
Hernán... un aprendiz en busca de trabajo.
Al fin llega la hora de tocar la cima de la montaña... y ahora... ahora respirar profundo, mirar el valle desde lo alto y prepararse a comenzar el lento descenso... para volver a subir... para continuar la lucha...
Porque más allá de los logros obtenidos, está el compromiso de hacer cada día mejor la labor de difusión del arte, valorando el propio quehacer y esforzándose para entregar manifestaciones de calidad, contenido y esparcimiento para los miles de pasajeros del transporte público.
En estás horas de alegría y emoción, cuando por televisión he visto concretarse el anhelo de tantos años de los artistas de las micros, no puedo dejar de recordar aquellos primeros días de SICUCH. Días difíciles, donde imperaban la incredulidad y la confusión, pero también las ganas y el deseo de darle forma y contenido a las legitimas aspiraciones de los artistas urbanos. Aspiraciones diversas y muchas veces antagónicas, pero que ahora, miradas con los ojos de la distancia y la experiencia, se ven más cercanas porque tenían un horizonte común: el reconocimiento público del aporte que los artistas callejeros, en general, y los artistas de las micros, en particular, han hecho a la identidad y a la cultura de nuestro país.
Aporte no menor y con grandes potencialidades, más aún en estos días cuando vemos a toda una ciudad involucrada en un espectáculo de artistas callejeros franceses que pasean sus marionetas gigantes, como queriéndonos demostrar lo “gigante” que puede llegar a ser el arte de la calle cuando se abren espacios para su desarrollo.
Cómo olvidar las primeras discusiones que se dieron al calor de pequeñas reuniones de amigos. Cuando hablar de organización generaba más rechazo que aprobación y pintaba en las caras de los contertulios colores y gestos de evidente escepticismo, pues inmediatamente se venían a la memoria experiencias negativas y sueños frustrados. Entonces, hablar de sindicato, de lucha, de unidad, de reunirnos en torno a objetivos comunes y torcerle la mano a nuestra historia, era como pretender cabalgar en rocinantes y vestirnos con ruinosas armaduras de quijotes. Y qué decir hablar del Transantiago: simplemente, grandes molinos de viento.
Así comenzó esta pequeña historia, construyendo “a mano y sin permiso” los sueños y los cimientos de la organización. Preparando y haciendo la siembra para una buena cosecha. Yo no sé si la siembra fue la mejor, si preparamos los surcos con experimentadas manos, sólo sé que dejamos las semillas a ras de suelo para que lentamente se fueran hundiendo y así preparar una cosecha de frutos más grandes y duraderos.
Creo que en esta historia el lugar que me tocó ocupar no fue buscado ni anhelado, más bien lo asumí como un deber y jamás me tentó ni la figuración, ni el “poder” ni la búsqueda de beneficios económicos; más bien me impulsó la convicción de servir y ser capaz de dirigir, aunar voluntades, decidir en las diferencias, provocar acuerdos, sistematizar experiencias y definir las estrategias a seguir para arribar a una solución que dejara satisfecha a la mayoría. Sólo pocos saben el costo personal y de neuronas que significó estar a la cabeza de este proyecto colectivo, enfrentando las burlas, las incomprensiones, el oportunismo y la corta vista de algunos. De no haber sido por la compañía de mi amigo y compañero Carlos Riquelme, creo que en muchos momentos habrían decaído mis fuerzas y quizás habría perdido el rumbo. Por eso quiero reivindicar el aporte y la entrega de Carlos, quien a pesar de los años de batallas, persecución policial, arrestos y frustraciones, ha sabido mantener sus convicciones y la niñez y juventud de sus esperanzas.
Pero, a la hora del resumen, todos los malos momentos pasan a segundo plano y nos queda la certeza de que los costos personales bien valieron la pena y de que si todo hubiese sido más fácil, el momento que hoy vivimos no habría tenido el mismo sabor, que es el sabor del esfuerzo y el trabajo.
Quiero dar las gracias a todos aquellos que dieron su tiempo y sus fervorosas ganas para hacer del discurso una acción diaria: a María Galleguillos y su incansable disposición a luchar con el corazón saliéndosele por la boca, a Ramón Ramírez y su atolondrada manera de persistir, al Nino Vásquez y su impaciente paciencia de soñar con las visceras ; a Ester Sanabria por la fuerza de su polémico y rojo corazón, a Angélica Carreño por ese gorkiano amor y entrega de madre y compañera, a Sandra Solórzano por esa crística combinación de lo humano y lo divino, a Esteban Pizarro por su apasionado korazón de niño, a don Manuel Millar y su caballerosa constancia en la lucha, a Jeannette Curihuinca y su ancestral don de creer y mantener la calma; a Soledad Díaz y su insobornable alma violeta, a Mario Tapia por el rojo color de su voz y su protesta, a José Novoa y la inclaudicable locura de su sueño, a Ricardo Rojas por su amable y poético calor de compañero, a Claudio Martínez por su frenética pasión de solidarizar, a Priscilla Cartes por esos silencios que dan sentido a la música, a Rodrigo Pérez por su ensimismada voluntad de tender la mano, a Alexis Contreras por su barbuda y candorosa estampa de guerrero, a Luis Jiménez por su fraternal humanidad alada, a Manuel Núñez (Jolo) por el temperamento y disciplina de sus brazos abiertos, a Jaime Álvarez por ser un “pequeño gran hombre”, a Juan Carlos Robles por el caluroso abrazo de su mística palabra, a don Daniel Santander por la belleza y fuerza de su alma transparente, a Yoka Márquez porque la distancia no disminuye su hermandad y su voz de flores y sangre, y a todos aquellos que están y que estuvieron: Jorge Fuentes, Catherine Soto, Mauricio Méndez, Luis Vásquez, Julio Morales, Marcela Rosales, Oriana Garrido, Eduardo Lecaros, Ramón Pavez, Jorge Olavaria, Reynaldo Silva, Carlos Fabres, Jimmy Canto, Elías Vega, Edisón Martínez, Rosa Valenzuela, Guido Palma, América Núñez, Gustavo Figueroa, Miguel Canave, René Traipe, Raúl Gonzáles Caballero, Clara Vega, Freddy Aguilera, Waldo “Queno” Martínez, Ana Arancibia, Omar Gajardo, Marcos Bravo, Alexis Marín, Noelia Seguel, Antonio Mora, Mauricio Mora, Aliro Seguel, Claudio Sánchez, Luis Rivero, Patricio Cona, Lorenzo Herrera, Felipe Blanco, Carlos Raín, Claudia Álvarez, Sergio Tello y a la presencia silenciosa de Jonás Soto.
Deseo de todo corazón y mente que el reconocimiento oficial de vuestra actividad sea un estimulo para emprender unidos nuevos desafíos, aprendiendo de los errores y de las sanas y constructivas discrepancias. En vuestras manos está afianzar las conquistas, defender lo ganado y avanzar en la diaria lucha por la defensa de la libre expresión de las ideas, de los derechos humanos y de un arte comprometido en abrir (de una vez por todas) las grandes alamedas.
Hace un par de días recibí un correo de un anónimo colaborador de nuestro sindicato. Me hablaba de los héroes anónimos, de los quijotes y del esfuerzo de esta lucha sin tregua. Creo que me emocionó demasiado y ahora con la misma emoción les digo a ustedes lo que le respondí a nuestro amigo: HAY QUE ESTAR ATENTOS, NO BAJAR LOS BRAZOS, PERO DISFRUTAR ESTE MOMENTO EN QUE LOS MOLINOS SE MUEVEN CON LA FUERZA DE NUESTRO VIENTO...
Recuerdo gratamente la tarde en que nació nuestro slogan. Buscábamos una frase para la promoción de nuestra primera peña, estábamos almorzando en un local de “la cuna”, de pronto miré las micros que frenaban en los paraderos, ahí estaba la frase. La propuse, paso casi desapercibida, pero se quedó como de contrabando, se quedó no sólo en nuestras bocas, sino que también en nuestros corazones: EL CANTO NO TIENE FRENO.
Que así sea...
Que este adiós sea un abrazo con todos...
Hernán... un aprendiz en busca de trabajo.
01 diciembre 2006
SOY CANTOR POPULAR
Soy un cantor popular...
Popular no de popularidad, sino porque pertenezco a la clase trabajadora.
Trabajador de la cultura, pero en fin, trabajador.
Como todos los que crean algo, como el hombre que abre un surco y siembra una semilla, el que maneja los hilos de un telar, el que construye un rodamiento en un horno, el que fragua el hierro, el que teje un chamal o un poncho.
Como todos los que contribuyen con su imaginación y su esfuerzo a que la patria sea mejor.
El artista tiene en sus manos la responsabilidad de su talento, pero también la responsabilidad de ser vehículo de información para la gran mayoría de los jóvenes y para el pueblo que estaban, o que todavía siguen, alienado o enojado por el colonialismo cultural. Hay que ayudarlo a comprender, a dignificarse y finalmente a liberarse
Como trabajador de la música pienso que el artista debe ser primero un revolucionario, y después, si lo que canta tiene profundidad, mucho mejor.
Pero es bueno aclarar que lo verdaderamente revolucionario está detrás de la guitarra, cuando el cantante no canta, cuando es una persona más; y revolucionario es aquel que lucha por la revolución.
Para mí luchar no significa pertenecer a un partido político, sino entender lo que es el hombre y su verdadera misión sobre la tierra, y el artista no es un ser que vive en la estratosfera, sino que su responsabilidad como creador y como recreador de la misión del hombre, lo obliga a estar metido en los problemas reales; comprenderlos, vivirlos y denunciarlos.
Denunciar todas las lacras que hacen al hombre indigno; denunciar que no está bien que los niños se mueran de hambre, que no está bien que un hombre dé su vida por un pedazo de tierra que no le pertenece.
Explicar que la injusticia debe terminar.
Si un músico, creador e intérprete, es un trabajador revolucionario, proyectará en su obra los impulsos que mueven a nuestros pueblos en las grandes transformaciones, sin paternalismo, sin elitismo, sino inmerso, fundido con su clase: la clase obrera y los campesinos.
VICTOR JARA
Popular no de popularidad, sino porque pertenezco a la clase trabajadora.
Trabajador de la cultura, pero en fin, trabajador.
Como todos los que crean algo, como el hombre que abre un surco y siembra una semilla, el que maneja los hilos de un telar, el que construye un rodamiento en un horno, el que fragua el hierro, el que teje un chamal o un poncho.
Como todos los que contribuyen con su imaginación y su esfuerzo a que la patria sea mejor.
El artista tiene en sus manos la responsabilidad de su talento, pero también la responsabilidad de ser vehículo de información para la gran mayoría de los jóvenes y para el pueblo que estaban, o que todavía siguen, alienado o enojado por el colonialismo cultural. Hay que ayudarlo a comprender, a dignificarse y finalmente a liberarse
Como trabajador de la música pienso que el artista debe ser primero un revolucionario, y después, si lo que canta tiene profundidad, mucho mejor.
Pero es bueno aclarar que lo verdaderamente revolucionario está detrás de la guitarra, cuando el cantante no canta, cuando es una persona más; y revolucionario es aquel que lucha por la revolución.
Para mí luchar no significa pertenecer a un partido político, sino entender lo que es el hombre y su verdadera misión sobre la tierra, y el artista no es un ser que vive en la estratosfera, sino que su responsabilidad como creador y como recreador de la misión del hombre, lo obliga a estar metido en los problemas reales; comprenderlos, vivirlos y denunciarlos.
Denunciar todas las lacras que hacen al hombre indigno; denunciar que no está bien que los niños se mueran de hambre, que no está bien que un hombre dé su vida por un pedazo de tierra que no le pertenece.
Explicar que la injusticia debe terminar.
Si un músico, creador e intérprete, es un trabajador revolucionario, proyectará en su obra los impulsos que mueven a nuestros pueblos en las grandes transformaciones, sin paternalismo, sin elitismo, sino inmerso, fundido con su clase: la clase obrera y los campesinos.
VICTOR JARA
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